TINTAS NATURALES

Marcela Romero Zepeda.

Las tres décadas de la maestra Marcela Romero Zepeda como profesora y extensionista de la carrera de Nutrición de la Facultad de Ciencias Naturales: magisterio y aprendizajes por el gusto, por el gozo, por el hedonismo del conocimiento.

Juan José Flores Nava
Febrero, 2023

La maestra Marcela Romero Zepeda trae el magisterio en la sangre. Su madre, Susana Zepeda, y su padre, Marcelo Romero, son normalistas. De ellos aprendió y sigue aprendiendo muchísimo. Porque es precisamente eso, aprender, una de las cosas que la maestra Marcela Romero más ama en la vida.

Por eso no es extraño enterarse de que fue la primera alumna en ir a pedir informes sobre la carrera de Nutrición cuando ésta se hallaba todavía en ciernes. Mucho menos extraño resulta saber que más tarde sería la primera alumna en titularse de esta misma licenciatura impartida en la UAQ. Y, desde entonces, nunca ha dejado de prepararse con cursos, talleres, diplomados y estudios de posgrado.

En este momento, cuando se encuentra cerca de cumplir 30 años como profesora y extensionista de la carrera de Nutrición de nuestra Facultad, la maestra Marcela Romero sabe que es importante abrir caminos para que transiten las nuevas generaciones de docentes. “Tiene que haber maestros nuevos que digan otras cosas”, afirma.

Aunque, si se trata de decir, a la maestra Marcela Romero le queda todavía mucho por contar. Como ejemplo quedan las siguientes reflexiones que Tintas Naturales comparte con sus lectores a partir de una conversación sostenida con ella.


Rebelde

Han sido 29 años de impartir clases, de no dejar nunca de aprender, sobre todo de mis estudiantes, pero sigo sintiendo que no sé. Me doy cuenta de que todo lo que creía saber cuando terminé la carrera, no existe más. Quizá porque siempre he sido muy rebelde. Algo que a lo mejor aprendí de mis padres. Por eso, desde el principio, a mis estudiantes de Nutrición les enseñé a tener un profundo respeto por el alimento, que no lo vieran como algo clínico solamente. El alimento tiene que ver con nuestra libertad humana y con el respeto al cuerpo, pero también con la libertad del país y con el respeto y el cuidado del planeta.

Enfoque

Es verdad, la carrera de Nutrición nace por el lado del área clínica. En un principio yo me inserté en ese campo, pues era lo que se requería. Fue necesario que pasara el tiempo y tuviera complicaciones de salud para que tomara la decisión de cambiar de enfoque. Porque cuando alguien no está haciendo lo que quiere, empieza a enfermar. Así fue como dejé lo clínico para dedicarme a las poblaciones, a las comunidades, a la seguridad alimentaria y nutricional, sobre todo en zonas de alto grado de pobreza en los cinturones de la ciudad de Querétaro.


La maestra Marcela Romero (primera de derecha a izquierda) y sus estudiantes en una comunidad de Querétaro. 

Seguridad

Quien está en clínica debe tener una visión comunitaria de salud pública, y quienes estamos en comunidad ocupamos saber clínica. En la maestría de Nutrición Clínica Integral de la UAQ impartí “Educación alimentaria”. Ahí exponía, a veces ante clínicos de hueso colorado, de nefrona y hepatocitos, que muchos de los problemas nutricionales son derivados del ciclo de pobreza generacional de la gente. Trataba de transmitir la idea de que, en la consulta, nosotros debemos colaborar y promover las libertades humanas, no sólo observar aspectos clínicos. ¿Cómo se logra esto? Pues asegurando los alimentos seguros de esa persona. Suena raro, pero se trata de identificar los alimentos que tiene seguros para asegurárselos. Por ejemplo: ¿cómo podríamos quitarle el pan y la leche a un mexicano que enjuaga sus penas de esa manera todas las noches?

 

Disponible

Los alimentos seguros hacen referencia al patrón alimentario: lo que la persona come, el horario en que come, donde lo come y en qué lugares lo puede comprar. ¿Ese alimento está disponible? ¿Es accesible para esa persona? ¿Es un alimento que reconoce? Para la FAO, la seguridad alimentaria consiste en que aquello que comemos esté física y económicamente disponible, y que, además, sea saludable, higiénico e inocuo según las necesidades y los gustos culturales de cada persona.

Entonces, como nutrióloga, debo indagar el patrón alimentario de cada paciente. Averiguar cuáles son esos alimentos que tiene seguro, aquellos a los que tiene fácil acceso, y no moverlos. Yo, por ejemplo, no tendría muchas especies de productos marinos porque no los conozco, son un elemento ajeno o no seguro para mí, que no sé si voy a cocinarlo adecuadamente o conservarlo adecuadamente.

El alimento seguro es aquel que encuentro cuando abro mi alacena y me digo: “Pase lo que pase, aquí tengo frijol, arroz, azúcar, etcétera”. Lo periférico, es decir, lo que se está moviendo, generalmente está en el refrigerador. Cuando ya no hay nada de eso significa que hay problemas. ¿Por qué le voy a pedir a un paciente que consuma carne australiana o kiwi si vive en Santa Rosa Jáuregui donde se produce carne de puerco o donde quizá puede conseguir manzanas cosechadas a 180 kilómetros en San Joaquín? Insertar alimentos inseguros en una dieta provoca no sólo que sea más costosa, sino que también daños al medio ambiente.


Dolor

Cada trabajo en una comunidad fue de enseñanzas profundas. Me conmovió mucho la violencia doméstica que viven las mujeres y me sorprendió las estrategias que emplean para salir adelante y hacer que sobrevivan sus hijos.

Vivimos mucha discriminación en la ciudad. Existe un prejuicio para ir a trabajar a lugares donde la gente es muy pobre porque se piensa que han de ser criminales. La pobreza no es una enfermedad, pero tiene una serie de signos y síntomas que deben de ser comprendidos. ¿Por qué no habríamos de ir a esas comunidades? ¿Por miedo?

Las mujeres de esas comunidades me enseñaron que la violencia que viven es estructural, y que es, además, una violencia que les duele en la cocina, les duele cocinando y comiendo. Para muchas mujeres en México el espacio de crianza sigue siendo la cocina. Desde las más pobres hasta las más ricas, con estufa de leña o con horno de microondas, aunque estén mal, sus hijos tienen que comer, entonces están cocinando y están llorando. Los hombres también padecen la violencia, aunque de otras formas.

 

Recetarios

Una de las actividades que más he disfrutado siempre es la de hacer recetarios de los abuelos. Se trata de registrar los aprendizajes y las historias para que permanezcan a través de la recuperación del pasado alimentario de la familia. Porque todos andamos buscando esos sabores y aromas de la infancia.

Cuando un mexicano se va al extranjero, lo primero que quiere al regresar es un taco o un buen plato de pozole. Y cuando aquella persona que va del campo a la ciudad compra a diario una sopa Maruchan va perdiendo esa evocación de sabores y aromas de la infancia. Es muy importante rescatar, por lo mismo, la historia alimentaria familiar, elaborar recetarios intergeneracionales.

Así que les enseño a los estudiantes a que en los consultorios generen diarios, que la gente escriba lo que siente al comer, que elabore un recetario de familia. Cuando se recuperan esas historias tenemos más sentido de eso que en clínica llamamos alimentación consciente.

 

Oquedades

Los problemas de alimentación no sólo tienen que ver con la pobreza. También tenemos muchas complicaciones por los excesos o por seguir estereotipos físicos. Hay personas que odian su cuerpo. Tienen unas exigencias absurdas que les acarrean consecuencias graves para su organismo.

Otro ejemplo está en los colegios muy caros que tienen cafeterías muy ostentosas en su interior y que les venden a los estudiantes toda clase de bebidas con altas dosis de café, de crema, de chocolate y de azúcares.

¿Qué oquedades humanas estamos cubriendo con esa clase de alimentos? Justo estoy aprovechando mi sabático para escribir acerca del impacto que tienen la política y el desarrollo de las grandes ciudades en la alimentación. Porque alimentarnos es un acto político. Y las exigencias de las ciudades nos vuelven vulnerables.


Equipo multidisciplinario de la Facultad de Ciencias Naturales en trabajo de campo. 

 Ética

En nuestra universidad tenemos la fortuna de formar librepensadores que no están enfocados en atender solamente aquello por lo que les van a pagar afuera. Ésa es la vida de algunos institutos privados. Porque quizás un paciente nos puede pedir que no lo orientemos, sino que lo mediquemos. Pero si eso no es lo que necesita, no lo vamos a hacer. En la UAQ aprendemos a trabajar sobre el principio de aquello que es éticamente bueno para el humano y bueno para el mundo.

 

Neurodiversidad

Mis padres me dieron muchos consejos para ser profesora. En una ocasión me preguntaron: “Hija, como maestra, ¿a quién te dedicas? ¿Al inteligente o al que no sabe?”. Porque hay que tener mucho cuidado, pues lo que hacemos a veces es elegir a los mejores para que salgan adelante. Pero, como docentes, ¿a quién nos debemos? ¿Quiénes tienen derecho a la educación? Pues todos.

Entonces, hay que tener cuidado para no sumarnos a la selección de los mejores sino atender a todos según sus necesidades. A veces sucede que les pedimos a los estudiantes que hagan exposiciones y, si no quieren o no pueden, reprueban. Eso no funciona así. Hay que educar para la felicidad.

No hablo de una felicidad romantizada, sino de una que sea agente de cambio: que trabajemos por el gusto, por el gozo, por el hedonismo del conocimiento. Erradicar el no pain, no gain [sin dolor no hay ganancia]. Se requiere ver al alumnado desde la neurodiversidad.

Como docente, a mí me costó mucho transitar desde esa neurodiversidad que no era comprendida. Ahora que me retiro, creo que las cosas están mucho mejor; aun así, poco se habla de esta problemática.

 

Proyectos

En este momento tengo muchísimas cosas que hacer. Estoy escribiendo sobre las grandes ciudades y los problemas de alimentación, quiero establecer un tipo de consulta que no vaya dirigida sólo a lo clínico o a la seguridad alimentaria y nutricional, sino que también haya un acompañamiento de la gestión de las emociones desde la psiconeuroinmunoendocrinología.

Quiero escribir mi percepción sobre el tránsito de la primera generación de la licenciatura en Nutrición, en 1988, y los cambios que me tocó vivir. Quiero escribir acerca de todos esos aportes que me dejó el trabajo comunitario, en especial del llanto en las cocinas.

No dejaré de participar en libros sobre nutrición en México: mi colaboración más reciente aparece publicada en la obra colectiva Los nutriólogos en México. Formación y práctica profesional [2022]. Porque me resulta muy importante que el personal de nutrición y los estudiantes se embeban de la historia de su profesión para pensar, desde diferentes perspectivas, qué estamos haciendo. De otro modo no vamos a poder entender quiénes somos y vamos a terminar siendo los obreros del área de la salud.

Por cierto, algo que me encantaría, y que espero hacer muy pronto, es volver a algunas comunidades, pero ya no siguiendo una metodología, tampoco como misionera religiosa, sino ir a convivir; sí, regresar a ellas, pero ya no como la maestra Marcela.