Una niña se asoma a la ciencia en su visita al Jardín Etnobiológico Concá de la UAQ. |
En Tintas Naturales sabemos que todos los días son Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Por ello presentamos las voces de tres jóvenes investigadoras de nuestra Facultad: porque no hay mejor manera de promover el conocimiento científico que con el ejemplo.
Por Juan José Flores Nava
Febrero de 2023
FCN-UAQ
La primera bióloga titulada en México fue Helia Bravo Hollis (1901-2001). Para esta mujer, considerada la máxima autoridad en cactáceas en nuestro país, la ciencia no sólo era un trabajo de disciplina y responsabilidad, sino, sobre todo, un trabajo que siempre ejerció con amor, pasión y coraje. Porque si bien el camino del conocimiento científico no es sencillo para nadie, mucho menos lo era entonces para las mujeres.
Pero he escrito “era”. ¿Acaso ya no lo es más? Parece que se trata de algo superado, ¿o no? Nuestra experiencia nos dice que actualmente las jóvenes pueden escoger la opción profesional de su preferencia. Si es así, si notamos que el piso está tan parejo, ¿por qué desde el 11 de febrero de 2016 el mundo conmemora cada año el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia?
Vocación científica
Aunque, sin duda, las cosas han mejorado desde que Helia Bravo Holis obtuvo su título en 1927 y cuatro años después su grado de maestra en Ciencias Biológicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en 1931, el panorama no es tan claro como se quisiera.
Dice la UNESCO que, a escala global, de cada 10 personas que se dedican a la investigación, sólo tres son mujeres; y que el porcentaje de estudiantes mujeres que cursan carreras de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas alcanza apenas el 35%.
Mas avasallador resulta el dato que mostraba la prestigiosa revista científica Nature en octubre de 2021: de las más de 600 medallas otorgadas en 120 años (1901-2021) por los organizadores del Premio Nobel en las categorías de Física, Química y Medicina, sólo 23 fueron para mujeres. ¡Menos del 4%!
Así que llegar, participar y desarrollarse en la pista de profesiones científicas sigue presentando más obstáculos para las mujeres, pero también una serie de condicionamientos sociales que poco estimulan a las niñas a mirar la ciencia como una actividad a la que podrían dedicarse a futuro. Es necesario, entonces, estimular ese amor, esa pasión y ese coraje que caracterizaron a Helia Bravo Hollis para realizar con éxito su quehacer científico.
Y amor, pasión y coraje son justo algunas de las cualidades que están presentes en la labores cotidianas de investigadoras, docentes y estudiantes de nuestra Facultad, como la doctora Tania Aguilar López (integrante de la Red Nacional para el Tratamiento y Prevención de la Obesidad y profesora de la FCN) o las estudiantes de la carrera de Biología de la FCN Rosa María Llamas León y Fátima Soledad Garduño Fonseca. Son ellas mismas quienes, a modo de celebración, nos hablan de su vocación científica. Porque no hay mejor manera de promover la ciencia, que con el ejemplo.
Rosa María Llamas León. (Foto: Nicolás Reyes Alegre Pacheco) |
Rosa María Llamas León
Si hay algo que me resulta fascinante de la ciencia es ese instante muy breve en el que, como investigadora, me doy cuenta de que el resultado que obtuve, y que tengo justo frente a mí, nadie lo ha visto jamás, que soy la única persona en el mundo que en ese momento sabe eso y que conoce a detalle todo el proceso que fue necesario realizar para llegar a una respuesta.
Quizá haya quien no esté de acuerdo en que a ese resultado lo llame “descubrimiento”. Pero yo lo veo así: es como quitarle la tela a algo, descubrirlo para finalmente poder observarlo. Y lo mejor de todo es que, tanto aquello que se “descubrió” como el procedimiento para llegar a hacerlo, pueden ser compartidos. No siempre sucede, pero es lo ideal.
Me gusta ser una mujer atrevida porque nunca sabes lo que va a suceder. Por eso el año pasado participé en el Premio al Desarrollo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Estado de Querétaro que organiza el Concyteq. Pensé que, aunque no ganara, el proceso me dejaría alguna experiencia valiosa. ¿Y qué creen? Que gané el tercer lugar en la categoría de “Proyecto científico, tecnológico y de innovación desarrollado por estudiante de nivel licenciatura”.
Para mí fue muy grato que se reconociera mi esfuerzo porque me revela que no es cualquier cosa lo que estoy haciendo. Muchas veces creemos que lo que hacemos no es importante porque lo hacemos por gusto, por pasión, por amor. Pero es muy satisfactorio cuando otros logran ver y reconocer nuestro trabajo.
Debo confesar que cuando estaba en la preparatoria pensaba que la biología sólo trataba de plantitas y animalitos. Ni siquiera me concebía a mí misma como un animal. Pero cuando compré y me puse a leer el libro de Biología, de [Helena] Curtis, para ingresar a la carrera de Medicina Militar, quedé asombrada. Me enamoré de la biología. No obstante, al final opté por ingresar a la carrera de Veterinaria en la FCN. Aunque sólo cursé dos semestres pude colaborar en la elaboración del Atlas de histología veterinaria que coordinó la doctora Xóchitl Zambrano Estrada. Más tarde, luego de una crisis personal, decidí dejar de estudiar veterinaria y volver a hacer el examen de ingreso a la UAQ para entrar, ahora sí, a Biología.
Ya me encuentro cursando los últimos semestres de la carrera de Biología y he tenido la fortuna de involucrarme desde el principio en investigaciones sobre cáncer de colon, en los laboratorios de Biología Celular y Biología Molecular de nuestra Facultad.
Cada día resulta, para mí, como una película. Cuando me despierto, me digo a mí misma que hoy es un nuevo capítulo. No hay nada más fascinante que el momento. Y saber que el capítulo de hoy puede ser diferente, que puedo aprender algo nuevo. Es la magia de lo incierto. Todo está por escribirse.
Me gusta mucho pensar en la Facultad de Ciencias Naturales como ese lugar en el que hay un montón de cubitos o de salones, los cuales están llenos de mentes diferentes a las que un profesor o una profesora les transmite su conocimiento. ¡Es un poder tremendo!
Tania Aguilar López y su perrita Dominga. |
Tania Aguilar López
El 19 de enero pasado organicé, por segunda ocasión, el Simposio Estudiantil de Aspectos Microbiológicos en Enfermedades Crónicas No Transmisibles. Fue un seminario web abierto a todo público en el que participaron ocho estudiantes, más de la mitad eran mujeres.
La idea es que mis estudiantes se vayan fogueando en este tipo de presentaciones que tendrán que realizar tarde o temprano si se dedican a la ciencia. La intención es que muestren, en charlas de 10 minutos, la importancia que tiene para las personas mantener una microbiota saludable, en un lenguaje, además, que pueda ser comprendido por gente que no es especialista.
Recordemos que la microbiota es toda esa comunidad de microorganismos que está viviendo en nuestro cuerpo. De la que más hemos oído hablar, claro, es de la microbiota intestinal, pero también tenemos microbiota en la piel, en los genitales, en la boca, en fin, en diferentes partes de nuestro cuerpo. Hoy sabemos incluso que la proporción entre células humanas y microorganismos que viven en cada uno de nosotros es casi de uno a uno; es decir, somos mitad y mitad.
Muchas veces pensamos que la microbiota solamente son bacterias, pero la realidad es que también hay hongos, virus e incluso parásitos. Y aunque hasta ahora la mayoría de las investigaciones se habían enfocado en la microbiota intestinal, lo cierto es que cada vez hay más estudios que abordan otras partes del cuerpo y otros órganos, como el corazón, el cerebro o el sistema inmune.
Por poner un caso: la hiperhigiene que se implementó para combatir la pandemia de covid-19 ha afectado nuestro sistema inmune al afectar nuestra microbiota con intensos y frecuentes lavados de manos, o con el uso indiscriminado de gel antibacterial. Estas acciones que se implementaron por miedo al virus han dado como resultado, por ejemplo, un incremento en enfermedades alérgicas.
Porque cualquier cosa que dañe el equilibrio de nuestra microbiota también va a dañar el equilibrio de nuestro sistema inmune y de otros procesos fisiológicos: hay trabajos muy interesantes que nos hablan de cómo los microorganismos pueden regular procesos a nivel neurológico, estimulando la producción de ciertos neurotransmisores que inciden en nuestros pensamientos y en nuestras emociones.
Como profesora de la clase de Aspectos microbiológicos en enfermedades crónicas no transmisibles, uno de mis propósitos es sacar un poco de su zona de confort a los estudiantes de la carrera de Microbiología, pues durante su formación han aprendido a ver a los microorganismos más como agentes infecciosos que como parte de la fisiopatología de enfermedades que no son consideradas infecciosas: diabetes, cáncer, enfermedades cardiacas, problemas psicológicos, etcétera.
Fátima Soledad Garduño Fonseca
Siempre he sido muy curiosa y quiero saberlo todo. Pero, además de aprender cosas nuevas, me gusta transmitir de forma práctica y sencilla lo que voy conociendo. A veces lo más complicado es compartir la emoción que siento al aprender cosas nuevas sobre el mundo que nos rodea.
Cuando estaba en la preparatoria me di cuenta de que me quería dedicar a la biología gracias a mi profesora de entonces, la maestra Liliana: me encantaba la forma en la que nos hablaba de los seres vivos y la pasión con la que nos transmitía el conocimiento. La biología es una ciencia muy completa que reúne saberes de muchas otras áreas.
Las interacciones entre los organismos son tan complejas que no dejo de sorprenderme día a día de sus procesos. Me gusta poder observarlos y entenderlos. Hay una frase de Edward O. Wilson que se me quedó muy grabada: “Buscar la vida, entenderla y, sobre todo, conservarla”.
Yo creo que por eso me orienté al estudio de los anfibios y los reptiles. Si bien no son carismáticos y, por lo tanto, no se les brinda mucha atención, sí son muy importantes para entender el estado de salud y el correcto funcionamiento de los ecosistemas. Son animales que poseen características muy bonitas que les han permitido sobrevivir en ambientes difíciles como el desierto. No obstante, continuamente son atacados sin razón debido a mitos y prejuicios que existen sobre ellos.
Además, no son peligrosos, a menos, claro, que se sientan amenazados por nosotros. Son animales a los que hay que tenerles respeto, no miedo. De esa manera he podido trabajar con ellos dando a conocer algunas de sus características. Como cuando fui, en enero de este año, a la XVI Reunión Nacional de Herpetología de la Sociedad Herpetológica Mexicana A.C., que se organizó en el Campus Ensenada de la Universidad Autónoma de Baja California.
También viajaron Joselyn Contreras Téllez y Cristhian Peralta Robles, quienes, igual que yo, estudian la carrera de Biología en la FCN. Lo que hice allá fue presentar una descripción morfológica y el dimorfismo sexual en Metlapilcoatlus borealis, un grupo de víboras conocidas como nauyacas saltadoras que viven en América, desde México hasta Panamá. Son serpientes venenosas, medianas y robustas de color marrón con manchas en forma de rombo. Se alimentan de animales más pequeños.
Se las llama víboras saltadoras porque, para defenderse, pueden morder de manera tan efusiva que parece que saltan, como un resorte. En México habitan en los bosques de niebla de los estados de Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Veracruz.
No se conoce mucho de esta especie, ya que fue descrita en años recientes. Anteriormente se pensaba que era igual a otro grupo de víboras, pero no es así. Para mi trabajo consideré ejemplares de la Sierra Gorda. Los anfibios y los reptiles son un grupo maravilloso del que podemos aprender mucho y al que debemos preservar.