TINTAS NATURALES

Profesoras (y profesor) de Nutrición en la Facultad de Ciencias Naturales, Juriquilla, diciembre de 2006

En el siguiente artículo, la doctora María del Carmen Díaz nos habla de su labor como educadora y de la importancia de tener una mirada más amplia con relación a la ciencia.


Por María del Carmen Díaz Mejía*
Septiembre, 2022
FCN-UAQ

Como nutrióloga, siempre me ha interesado el tema de la comida, pero un día me di cuenta de que, más que ejercer mi profesión, me interesaba mucho más estudiar la propia profesión. Yo fui una de las docentes fundadoras de la carrera de Nutrición en la UAQ, por lo que desde un principio empecé a involucrarme de manera directa en la evaluación y reestructuración de los planes y programas de estudios de la licenciatura. Cuando noté que me hacían falta algunas herramientas para desarrollar mejor este trabajo, supe que mis posgrados tendrían que ser en educación. A partir de ese momento decidí que mi ejercicio profesional estaría relacionado con la educación; pero no en el vacío, sino, en sus inicios, desde la formación de nuevas generaciones de nutriólogas. Y si digo nutriólogas es porque la carrera de Nutrición está integrada mayoritariamente por mujeres, ¿eh?

Como nutrióloga de la vieja guardia, estoy convencida de que, si bien esta profesión tiene una parte médico-química, también tiene otra parte social y cultural, la cual, no obstante, muchas veces se olvida. Son pocas las escuelas de nutrición que atienden esta vertiente sociocultural. La nutriología se ha medicalizado. Pero se necesita gente formada que trabaje las áreas social, cultural y antropológica porque comprender teoría antropológica o alguna teoría social nos permite, como nutriólogas, encontrar explicaciones a por qué comemos así y no de otro modo. Me tocó darme cuenta de primera mano que hay estudiantes que consideran que los temas sociales, culturales o antropológicos son de relleno, pero deben tener muy claro que no son sencillos y de que son tan complicados y útiles como aprobar un examen de bioquímica.

Sobre este tema, en 2013 publiqué un artículo intitulado “Ciencia y científico. Representaciones sociales de estudiantes de Nutrición, UAQ”. La pregunta de la que partí fue: ¿qué es lo que piensan de la ciencia las estudiantes? Hice grupos focales con estudiantes de distintos semestres: desde el primero hasta el último. Y descubrí que para ellas la ciencia es el laboratorio; es decir, para las estudiantes de mi investigación la ciencia es ciencia experimental. Su imagen de la ciencia era gente con bata blanca y matraces. Esta labor sí la veían como prestigiosa. Porque cuando indagamos acerca de una parte de la profesión que se llama Nutrición Poblacional —que es interesantísima y que es una fuente riquísima para profundizar en el conocimiento social porque nos permite actuar mucho mejor frente a las comunidades—, lo que encontramos fue que a esta labor no la veían como ciencia; a esta labor sólo la percibían como como ir al cerro o como ir a la comunidad.

Tener una mirada sociocultural y antropológica de la profesión permite darnos cuenta de cosas que en apariencia son muy simples, pero que muy pocas veces se toman en consideración. Un ejemplo muy sencillo es que para las universidades una prioridad fundamental debiera ser el comedor estudiantil. Lo ilustraré con un caso de Latinoamérica. Me sucedió en Costa Rica. Estando de visita en ese país por cuestiones académicas, acudía a varios campi y noté que el comedor, en todos ellos, era siempre un lugar prioritario. Seguramente el comedor estaba subsidiado porque por muy poco dinero los estudiantes obtenían una comida completa: arroz, fríjol, algún platillo de carne, bastantes verduras y agua. Además, todos los comedores a los que entré eran lugares agradables porque, como siempre he sostenido, la comida tiene otras funciones que cumplir, además de nutrirnos. Fue muy bonito ver a estudiantes y profesores disfrutando de la hora de la comida. Era muy claro, para mí, que no estaban perdiendo el tiempo, sino que estaban cuidando de sí mismos. Porque alimentarnos correcta y agradablemente es cuidar de nosotros mismos.

Sin embargo, a veces esto no resulta sencillo. Sobre todo cuando pensamos que una de las representaciones sociales más arraigada en la población en general es que la comida saludable es horrible, es desabrida y es fea. En cambio, la industria de los alimentos ultraprocesados se dedica a ofrecernos comida ultrasabrosa, a tal grado que nos genera una adicción temporal. ¿Cómo competir frente a algo que se nos presenta como ultrasabroso cuando creemos que lo saludable es ultrafeo, desabrido, sin grasa, sin azúcar, sin sal, sin nada? ¿Cómo hacemos para revertir esa representación social?

Quizá podríamos empezar por erradicar los prejuicios que existen contra la comida mexicana. En los últimos años se montó, por mencionar un caso nada más, toda una campaña contra la tortilla. Debemos dejar de pensar que el mexicano no sabe comer y que por eso estamos como estamos. Más bien, la propuesta sería que, con pensamiento científico, nos percatáramos acerca de lo que ha cambiado en los patrones de alimentación en nuestro país y así empezar a dar marcha atrás a esas ideas de que la comida saludable es horrible y de que el mexicano no sabe comer.


*La doctora María del Carmen Díaz Mejía es profesora de tiempo completo e investigadora de la Faculta de Psicología de la UAQ. El presente artículo fue escrito a partir de una charla que sostuvo con el editor responsable del blog Tintas Naturales.

 

Fecha de publicación:12-septiembre-2022