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Juan Pablo Ramírez Herrejón y Diana Stephanie Ángeles Cruz separando insectos acuáticos. (Foto: Karen Gabriela García)

Desde que optó por el camino de la ciencia, el doctor Juan Pablo Ramírez Herrejón siempre soñó con obtener un doctorado honoris causa. Pues bien, su sueño se ha cumplido. Antes, incluso, de lo que él mismo pensaba. El pasado 12 de enero, en la ciudad de Puebla, el doctor Juan Pablo, investigador y docente de la FCN, fue distinguido con este título por el Claustro Doctoral Honoris Causa “Honores Vero Lumine”, debido a “sus altas virtudes cívicas, como ejemplo dignificante para futuras generaciones y por su amor a la humanidad”. TINTAS NATURALES ha sostenido, por ello, una amplia y enriquecedora conversación con él.


Por Juan José Flores Nava
Enero de 2024
FCN-UAQ

Al final de cada conferencia que imparte o de cada curso universitario que da, el doctor Juan Pablo Ramírez Herrejón lanza, siempre, una pregunta: “¿Por qué estamos aquí?”. Es decir, por qué él, sus estudiantes o el equipo con el que trabaja hacen lo que hacen. Enseguida se responde: “Por amor al planeta, por amor a la humanidad, por nosotros, por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos”.

Pero no hay que irse con la finta: el doctor Juan Pablo no esperó a ser un reconocido investigador en temas relacionados con los ecosistemas acuáticos epicontinentales (lagos, presas, ríos y arroyos) para actuar a favor de la naturaleza. Un día, cuando era apenas un niño, se divertía en un balneario al lado de uno de sus primos. Y aunque ambos se querían como hermanos, no soportó verlo ahogando a un grupo de hormigas con agua de la piscina. Juan Pablo le reclamó y terminaron peleando.

—Yo nunca he sido violento, pero me enojó mucho ver lo que hacía —me cuenta el doctor Juan Pablo mientras conversamos en un café del centro de la capital queretana.

Hoy, desde luego, el doctor Ramírez Herrejón se vale de muchos otros recursos académicos, técnicos y sociales para defender la vida y la salud de sistemas acuáticos de tierra adentro. Sin embargo, como lo suele decir en las charlas que imparte, no debemos engañarnos, no se trata de una defensa del planeta como tal, sino de cuidar lo que nosotros, los seres humanos, necesitamos para vivir. Sólo que por mucho tiempo hemos creído que somos distintos al agua. Y desde luego que no, afirma sin la más mínima duda, somos lo mismo.

—No sé todavía cómo le hago —confiesa— pero convenzo a las personas que me escuchan de que somos ríos. Y se los demuestro con datos e insistiendo en que los seres humanos tenemos la misma estructura que un río. Para empezar porque nuestro componente principal es agua. Así que cuando cuidamos y respetamos al agua en realidad nos estamos cuidando y respetando a nosotros mismos.

El doctor Juan Pablo en los alrededores de la Presa El Batán, en Corregidora, Querétaro. (Foto: Diana Stephanie Ángeles Cruz)

“No me he separado de los ríos”

Hace ya algunos meses que deseaba conversar con el doctor Juan Pablo Ramírez Herrejón, actual director del Laboratorio de Calidad de Agua y Suelos, además de investigador y docente de nuestra Facultad. Lo había visto en algunas actividades de la FCN y había observado con interés su activismo a favor de los ríos Querétaro y El Pueblito.

También había leído sus críticas a los métodos empleados para erradicar el lirio en el embalse asociado a la Presa El Batán o había conversado con algunos de sus alumnos acerca de proyectos de investigación en los que trabajan con él. Incluso había encontrado por ahí (y leído) un artículo que publicó, al lado de Omar Domínguez Domínguez, sobre el Lago de Pátzcuaro, en Michoacán.

Finalmente la charla se concretó cuando supe que recibiría un doctorado honoris causa por parte del Claustro Doctoral Honoris Causa “Honores Vero Lumine” —una organización de la sociedad civil “integrada por un comité ciudadano, diplomático, de fundaciones y miembros académicos de distintas universidades” —, durante una ceremonia que tuvo lugar el 12 de enero pasado, en Puebla. He aquí parte de lo que platicamos un par de días antes de que le entregaran este reconocimiento.

—Doctor, usted estudió la licenciatura en Biología en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. ¿Cuándo y cómo supo que quería ser biólogo?

—Desde niño. Los psicólogos me decían que era distraído e hiperactivo. Me la pasaba jugando en los baldíos cercanos a mi casa: raspándome, arrancando plantas para observar su raíz, recibiendo piquetes de un montón de bichos a cada rato. ¡Y cómo no, si agarraba a las abejas para acariciarlas! Cuando entré a la secundaria tuve un maestro de biología, Pedro Brambila, que nos hablaba de ecosistemas acuáticos y fue ahí que me enamoré de ellos. Mi papá y mi mamá son dos personajazos en mi vida, son mis héroes. Un día me compraron las series de Jacques Cousteau [un explorador y biólogo marino francés, pionero en la conservación de los océanos]. Y yo me pasaba horas y horas viendo esos videos que estaban en formato Beta. Así que siempre quise ser un explorador como Cousteau.

—¿Y por qué no estudió, entonces, Biología Marina?

—¡Claro que quería estudiar Biología Marina! Pero mi papá me llevó a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo [UMSNH] para que hablara con un señor, quien me sugirió que estudiara biología general para tener una idea más amplia del área, pues de inmediato se dio cuenta de que yo estaba muy influido por Jacques Cousteau. Y me lo dijo. Resulta, además, que aquel señor era nada menos que el doctor Arturo Chacón Torres [el primer biólogo titulado de la Facultad de Biología de UMSNH, por cierto]. Cuando estaba por terminar la carrera, hice mi servicio social en biología acuática con la doctora Martina Medina Nava (mi directora de tesis de licenciatura y de maestría). Nos llevó a muchos ríos y yo estaba feliz. Dije “esto es lo mío”. Y así ha sido desde entonces: no me he separado de los ríos.

El entonces maestro en Ciencias en Conservación y Manejo de los Recursos Naturales, haciendo investigación en el Lago de Pátzcuaro, Michoacán, en 2009, para obtener su doctorado por parte del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste.

Soluciones para el Lago de Pátzcuaro

—Doctor, aunque usted tiene un gran amor por los ríos, su tesis de doctorado es sobre el Lago de Pátzcuaro: “Ecología trófica de Cyprinus carpio y su relación con la estructura comunitaria de peces del Lago de Pátzcuaro, Michoacán”.

—El Lago de Pátzcuaro es el sitio sobre el que he escrito el mayor número de artículos. Lo conozco al dedillo. Por eso digo que es mi Lago de Pátzcuaro. No pierdo la ilusión de hacer un proyecto que alguna vez platiqué Leopoldo Álvarez Castillo, un ingeniero geólogo de la región.  Él quería sacar agua del acuífero en el subsuelo y rellenar el Lago de Pátzcuaro. El ingeniero ya murió, pero yo conservo el deseo de rehabilitar el lago.  

—En un artículo que escribió con el doctor Omar Domínguez afirman que “el Lago de Pátzcuaro se encuentra en un estado de degradación tan avanzado que ha perdido muchos de sus procesos ecológicos y evolutivos”. ¿Aun así puede salvarse?

—De que hay solución, hay solución. Pero no hemos entendido que la academia, el gobierno y la sociedad no deben estar aislados, deben trabajar en conjunto. Entonces, el principal problema es la falta de comunicación entre diferentes sectores. Por un lado, los tiempos del gobierno son rapidísimo porque los políticos generalmente buscan presentar resultados, ponerlos en la foto y seguir adelante. Los académicos, por nuestra parte, somos lentos, queremos hacer diagnósticos y tomarnos cinco años para decirle al político “¿sabes qué?, puedes hacer esto”. En ese momento, obviamente, nos mandan por un tubo. Y la sociedad en general tiene prioridades urgentes que resolver: no piensa en conservar, piensa en sobrevivir. Y más cuando hablamos de un lugar como el Lago de Pátzcuaro, donde los niveles de marginación son altísimos. Por eso no se trata tanto de actuar en el mismo lago, sino de actuar afuera, en la cuenca: cuando pasemos a actuar afuera, entonces el Lago de Pátzcuaro va a comenzar a mejorar muchísimo.

—En su tesis de doctorado (defendida en 2013) usted se refiere a la carpa común y a la relación que ésta guarda con el Lago de Pátzcuaro y con otros peces, ¿cuáles son algunos de los hallazgos más importantes que encontró durante su investigación?

—Hay un grupo de científicos de la UNAM que sostienen que la carpa es la que ha causado el problema en el Lago de Pátzcuaro. Pero resulta que yo encontré que la carpa es un pez que ha aguantado todo lo que los seres humanos le hemos hecho al lago: descarga de aguas residuales, introducción de plantas y peces exóticos, sobrepesca, degradación a nivel de cuenca, dragados continuos, etcétera. Por eso, hoy, la carpa es abundante. Fue una investigación bien bonita porque cambió el paradigma de las especies invasoras. No ha sido tan importante, sin embargo, como para que los especialistas en especies invasoras busquen corroborar mi hipótesis, no me han creído todavía, pero es una realidad.

En la Presa El Batán colectando algas.

Cuando las predicciones fallan

—En 2021, al abordar la forma en la que el Municipio de Corregidora, que forma parte del área metropolitana de Querétaro, había decidido combatir el lirio que se extendía por la Presa El Batán, usted señaló que la estrategia de triturarlo era equivocada.

—Lo que me llamó la atención en ese momento es que El Batán se había mantenido como un cuerpo de agua relativamente transparente, sin mucha energía: una red trófica [que es la relación que establecen los organismos de un lugar para nutrirse unos de otros] corta e inestable. Cuando apareció el lirio y creció de más, las autoridades decidieron triturarlo. Y yo dije, en efecto, “no hagamos eso, nos estamos equivocando”. ¿Pues qué crees? Unos estudiantes y yo estamos por terminar una investigación que nos indicaría que todo ese lirio triturado, que se fue al fondo del embalse asociado a la Presa El Batán, convirtió a este cuerpo de agua en un lago.

—¿Eso qué significa?

—Que le dio energía suficiente para que comiera el zooplancton, el fitoplancton y los insectos acuáticos, lo que les dio fortaleza a los peces, sobre todo a los depredadores. Desde el punto de vista biológico, la Presa El Batán está perfecta. Este sistema pequeñito y cercano a la ciudad nos ofrece un panorama de investigación bien interesante. Me hubiera encantado poder hacer una evaluación antes y después de la trituración del lirio y escribir un artículo padrísimo hasta para Nature. Desafortunadamente no nos permitieron evaluar las condiciones del antes.

—Entonces, ¿la presa no se vio afectada como usted creía?

—Con los elementos que ahora tengo puedo decirte que no. La presa tuvo la capacidad de digerir toda esa contaminación y usarla a su favor. Y eso también hay que decirlo.

—¿A qué atribuye esta respuesta de la presa?

—A que se oxigena por las olas que se forman en su superficie y a que tiene una entrada de agua en buenas condiciones todo el día, todos los días del año. Creemos que es un manantial, pero no estamos seguros.

Río El Pueblito visto desde el puente que lo atraviesa proveniente del Centro de Corregidora, Querétaro.

“Un ingeniero loco”

—En 2018 usted encontró que el Río El Pueblito, en Corregidora, tenía la misma calidad biológica que el Río Jalpan, en Jalpan de Serra.

—Sí, era impresionante ver cómo un río urbano era comparable con un río en una reserva de la biosfera. Entonces mi pregunta fue: ¿qué pasó aquí? Así que visité Corregidora y supe que había un patronato del Río El Pueblito. El patronato llamó al ingeniero José Enrique Garza Figueroa. Fue cuando me advirtieron: “Este señor lo hizo todo”. Al otro día el ingeniero me invitó a hacer un recorrido por el río y mientras me hablaba de su estrategia para sanearlo decía “el hermano río”, “el hermano árbol”, “las hermanas aves”. ¡A ese nivel! Es un genio, un ingeniero loco, como le digo con mucho cariño, pues ahora somos muy buenos amigos.

—¿De él aprendió, en buena medida, a regenerar ríos urbanos?

—Claro. La idea es de él. Fomentando estanques y haciendo que el río retome su cauce. En algunos lugares el ingeniero detuvo el agua con rocas para que las bacterias pudieran comer y el agua, al sortear las rocas, se oxigena. En cuanto al manejo de ríos, el ingeniero Garza me ha enseñado más que la maestría y el doctorado. Así de claro. Y lo digo abiertamente.

—¿Qué fue, entonces, lo que sucedió con el Río El Pueblito, pues actualmente no parece tener una buena salud?

—Con la llegada de la pandemia de covid-19, el ingeniero dejó de trabajar en el Municipio de Corregidora. Entonces, las actividades de rehabilitación del Río El Pueblito cambiaron de enfoque desde 2020. Las evaluaciones más recientes que hemos hecho nos indican que el proceso de recuperación que se inició con el trabajo del ingeniero Garza ha cambiado, por lo que actualmente la calidad ambiental del Río El Pueblito es baja. Sin embargo, es posible recuperarla. Espero que el gobierno de Corregidora confíe en nosotros y nos permita hacerlo.

En el Río Querétaro, a la altura de Santa María de los Baños, en el Marqués.

¿Primer río urbano saneado en toda Latinoamérica?

—Ahora mismo usted es el responsable técnico (en colaboración con Omar Yair Durán Rodríguez y respaldado por la Comisión de Cuenca del Río Querétaro) de un proyecto muy importante: sanear el Río Querétaro y darle nueva vida a este afluente que atraviesa la capital del estado. En caso de cumplir sus objetivos, el Río Querétaro podría ser el primer río urbano saneado en toda Latinoamérica, como afirmó Katia Reséndiz, la presidenta del Consejo Consultivo del Agua del Estado de Querétaro.

—Hace años hablamos con el ingeniero Garza Figueroa y le dijimos: “Usted tiene en sus manos un protocolo de saneamiento de ríos urbanos, ¿sabe lo que eso significa? Si nos da permiso, a Omar y a mí, de unir su idea con las nuestras, podemos colaborar e iniciar procesos de gestión con el gobierno, nosotros le sumamos a ese trabajo metodologías, fundamento científico y artículos y trabajando en equipo replicamos su propuesta”. Él me respondió que sí: “Adelante, háganlo”, me dijo. Fue en ese momento que supimos que los problemas del Río Querétaro tenían solución.

—Pero, además, una solución, como usted ha dicho, basada en la naturaleza.

—Sí, buscamos que el agua del río tenga una calidad que permita usarla en riego. Sanear las aguas residuales que llegan al río con soluciones que emplearía la propia naturaleza. El proyecto integral comprende 20 tramos de río. En cada tramo vamos a colocar entre siete y 10 puntos de retención o retardadores de flujo que funcionan a manera de pequeñas presas construidas de forma artesanal con piedras. Es una estrategia ecohidrológica con la que se rehabilitarán las funciones del río. La primera etapa sólo es un tramo de 3.7 kilómetros de río [de los más de 60 kilómetros que éste se extiende atravesando cuatro municipios del estado] con 10 puntos de retención, desde la Presa de El Diablo, en la Cañada, hasta la colonia Calesa. Tengo fe en que pronto nos vamos a dar cuenta de que no es buena idea lanzar el drenaje al río. ¡Es increíble que sigamos actuando como en la época medieval echando nuestros deshechos al afluente que tenemos más cerca!

El doctor Juan Pablo (de barba, al centro) con sus estudiantes, en una salida a campo al Río Santa María, en la Sierra Gorda.

Humanizar a la humanidad

—Doctor, hace un momento me pidió que no lo llamara así, “doctor”, que me refiriera a usted simplemente como Juanpa. Me dijo, además, que lo tuteara. Hasta ahora lo he desobedecido, pero ¿no le gusta, acaso, que le digan “doctor”? Es algo que muchos académicos no sólo disfrutan, sino que exigen.

—Desafortunadamente nuestro sistema, con sus títulos de doctor, sus plazas de investigador y los diferentes niveles del SNI [Sistema Nacional de Investigadores], se ha convertido en un sistema de egoteca, ¿sabes? Como si cada vez que alguien nos llama “doctor” nos iluminara. Nos convertimos casi casi en maharishis [sabio o santo según la tradición védica]. El sistema científico y de investigadores en México parece que fue hecho para que nos abandonemos a nosotros mismos a cambio de artículos o papers. Y al final quedamos vacíos como personas, pero, eso sí, con muchos reconocimientos. Yo no quise ser investigador para eso: soy un hijo amado, un esposo amado, un padre amado. Desde este punto de vista me considero un hombre rico.

—¿Por qué decidió estudiar una maestría y un doctorado?

—¿Te digo la verdad? Para mejorar al mundo. Tengo la convicción de que puedo hacer algo grande para mejorar al mundo. ¡Lo juro! Mi misión es humanizar a la humanidad. Por eso siempre le digo a los estudiantes: “Haz lo que te apasiona”. Porque una de mis labores más importantes es impulsarlos a ellos. Cualquiera que busque mi nombre en el Google Académico se va a dar cuenta de que en la mayoría de los artículos científicos publicados no aparezco como primer autor, sino que aparece el nombre de mis estudiantes. Yo me pongo al final. Aunque decir “mis estudiantes” es recurrir a una etiqueta absurda porque los considero mis colegas. Desde el primer día que nos conocemos, en el aula, se los dejo muy claro: “Ni ustedes son estudiantes, ni yo soy maestro, somos colegas que vamos a aprender juntos este semestre”.

—Al parecer, le gusta salirse de los moldes.

—Sí, claro, hay que salirnos del recipiente, hacer locuras, pensar de manera distinta, buscar formas innovadoras de solucionar problemas, generar ideas. Desafortunadamente, cuando alguien hace eso, tarde o temprano se va a equivocar. Y en Latinoamérica la equivocación es muy condenada: quien se equivoca es visto como un tonto, un bueno para nada.

—El matemático y periodista argentino Adrián Paenza decía que, así como existen las revistas científicas que publican las investigaciones más exitosas, también debería de haber revistas que publicaran el gran número de investigaciones que fracasan o no llegan a obtener los resultados que se esperaban, sobre todo para que quienes hacen ciencia no repitan esa ruta fallida.

—Hay una película de caricaturas que se llama La familia del futuro. Yo no puedo dejar de verla porque su filosofía es: “¡Equivócate!”. Pero, además, si la vas a cajetear, pues que sea en serio, a lo grande, si no, no tiene sentido: “He visto mejores maneras de equivocarse”, dice uno de los personajes. Mi idea va por ahí.

—¿Y usted, durante su trabajo como investigador, no ha tenido miedo de equivocarse?

—Claro que sí. Muchas veces. Ahora mismo. Pero uno de mis sueños es que los chavos entiendan que las cosas se hacen con miedo. No sin miedo. Porque como leí alguna vez, aunque he olvidado dónde, cuando haces algo con el corazón, aunque te equivoques, ganas. Me duele saber que en las universidades muchas veces producimos empleados, gente que sólo sabe seguir indicaciones, robots: eso me duele en el alma.

—Ahora que ha obtenido un doctorado honoris causa, ¿qué sigue para usted?

—Quizá mi sueño más grande es poder armar un grupo con personas que estén dispuestas, como yo, a cambiar al mundo. Ahí la llevo. También quiero sanear el Río Querétaro. ¿Sabes por qué? Porque si logramos hacerlo, en ese momento vamos a saber que es posible sanear nuestros ríos en todo el mundo. Y no soy el primero que piensa esto: ya vinieron profesores y alumnos de Colombia a recorrer el Río Querétaro y nos mandaron llamar de otros países porque quieren conocer el trabajo que estamos haciendo aquí. Yo creo que por todo eso a veces me sueño como Luis Pasteur el día que descubrió que [usando el proceso térmico que hoy llamamos pasteurización] ya no había más bacterias en los alimentos.